Parar, templar y mandar

deflamenco.com
28 Junio, 2010
Mucho tiempo hacía que no se le veía por Madrid.

El Maestro Paco de Lucía, como los mitos vivientes en general, es de esos seres que hablan con sus silencios y hacen correr ríos de tinta aunque escapen de las luces y los taquígrafos. Y este es de los que corre de ellos que se las pela.

En todo este tiempo, un lustro más o menos, lo “único” que ha hecho ha sido vivir, evitar a la prensa, cuidar a sus niños y, últimamente, volver a actuar.

Aún así no era raro oír rumores cada semana sobre su próximo disco, sus residencias, los artistas colaboradores que iban o venían con él… es ese “vedettismo” típico que rodea a quien alimenta buena parte de la categoría y dignidad que tiene hoy día el Flamenco… aunque al fin llegó y se dejó ver.

En persona. Que lo es, no lo olviden. Con una idea no muy lejana de lo último que habíamos visto por aquí, que se sepa fue en Las Ventas su postrera tarde en la capital, apareció el de Algeciras para inaugurar guitarra en mano “Los Veranos de la Villa”. Era la noche del fútbol, pero la Casa de Campo se llenó hasta la bandera. Ambiente de flamencos, aficionados y sobre todo, “frikis” de la sonanta. Los que llevan el catalejo a mano por si acaso.

Todos con la tensión de un Madrid sin metro, asfixiada, clasificada para cuartos, sí, pero con muchas ganas de desestresarse. Así que, cuando parecía que ya teníamos la cosa encarrilada en Sudáfrica apareció, muy futbolero él, Paco. Y comenzó con su rondeña “Camarón”. Tanteando mucho antes de tirarse en plancha picando y asentándose cada vez más con los tempos. Mientras muchos todavía buscaban el número de butaca, Paco comenzaba una pelea con su guitarra en la que mayoría de los asaltos tendrían dueño de carne y hueso. Se le notó con más peso tocando, más prudencia en los “sprints” y un afán notorio por templar los toques. El trémolo aquí fue la mejor muestra de que hay algo en él que lucha por el cambio. Mientras todos, devotos, guitarristas y público, buscan un poco, sin querer o queriendo, a aquel inhumano tocaor de los ochenta, el novamás; él sabe que su sabor hoy día se encuentra en las distancias cortas. Y ahí quiere, y además puede.

En “Antonia”, su soleá por bulerías, la gente empujaba y al primer arranque o amago de alarde, le jaleaba. Ya íbamos de paso viendo a su grupo.

El de siempre con las novedades este año del cante de David de Jacoba, de hiriente y gitanísimo quejío. Y un sobrino del Maestro, Antonio, digna segunda guitarra con ese soniquete de arenilla y bastantes “dedos”. De casta le viene. La primera cumbre de la noche llegó por bulerías. Enlazando falsetas de “El Chorruelo”, “Río de la Miel”, “Compadres” y algunas nuevas. Vimos que Paco de Lucía se notaba ya caliente, sobre todo por el aire con que paraba y volvía a retomar las falsetas. Era lo que más agradecíamos, porque se veía su gusto y dominio del compás. Volvíamos a intuir un progresivo y lógico cambio de registros en su toque. Habrá que estar atentos a su próximo disco, donde el genio seguramente reinvente algo No sería raro en él. Quizá los tiros vayan en su forma de afrontar los discursos.

Seguramente siga mandando, pero templará y parará mucho más. Y qué arte, oye. Alegrías con falsetas míticas. De las que los guitarristas silban y corean, de “La Barrosa” y “Calle Munición”. Pasará tiempo antes de conocer otro artista que concilie tan bien la técnica con la flamencura. Por alegrías Paco es todo eso. De nuevo por bulerías con todo el grupo para terminar la primera parte. Y una aparición, estelar. A modo de guinda.

Qué inteligente fue el de Algeciras fichando a Farru para su grupo. Y qué bien responde el sevillano al desafío. En una patada de medio minuto puso a todos de pie. Ahí estuvo el flamenco mismo. Todo lo necesario para llegar a los últimos rincones de la sangre, que dijo el poeta. Fue sin duda el momento clave, la bisagra del concierto. Donde ya no sólo los más devotos entraban en el juego de la música. A partir del descanso, se vio la química del grupo y los solos, algunos sublimes, de todos sus miembros. Al tiempo que las gradas temblaban a compás. Y lo clavaban. En esta parte fue la rumba el plato más servido. Y especialmente entrañable resultó “Chanela”, una cumbre del género que ya roza la treintena. “LuZía”, “Ziryab” y el recurrente bis de su “Entre Dos Aguas”, cerraron el concierto del reencuentro del Maestro con su gente. Los que le vieron crecer como artista.

Que no se olvide nunca. Todos contentos, con cosas que comentar y ganas de celebrar un tanto más a favor del Flamenco. Paco de Lucía nos volvió a juntar y a desestresar del cirio que hay montado ahí fuera. Y eso porque es un ser especial. Humano, por encima de todo.

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