Doña X, dama de sociedad, amaneció en su cama
completamente desnuda y con una cruda horrible.
No recordaba nada de la fiesta que había tenido en
su casa. Llamó a Lucas, su fiel mayordomo y le pidió
un café cargado. Luego le preguntó: “¿Qué sucedió
anoche, Lucas?, ¿cómo llegué a mi cama?”. Explica
el mayordomo cortésmente: – La Señora bebió quizás
un poco de más y a consecuencia de eso perdió el
conocimiento. Yo me tomé la libertad de cargarla en
mis brazos, traerla a su alcoba y acostarla en su cama.
“Entiendo -dice doña X algo apenada-, pero, ¿y mi
vestido?”. – Pensé que era una lástima que se arrugara,
contesta Lucas, de modo que me tomé la libertad de
quitárselo y lo colgué de un gancho en el vestidor.
“Entiendo, vuelve a decir la socialité, pero, ¿y mi ropa
interior?”. Explica el mayordomo: Se que Usted la valora
en mucho mi señora y además pensé que le estorbaría
a madame para dormir a gusto, así que igual me tomé
la libertad de quitársela, está guardada en un cajón de
su vestuario. “¡Qué barbaridad!” –exclama doña X–,
ciertamente debo haber bebido de más; espero Lucas,
no haberme puesto violenta. Replica el mayordomo,
imperturbable: –Nada más la primera vez, madame–