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Vuelve la guitarra de Paco

NotaPublicado: Lun Jul 04, 2016 5:44 am
por MaudeBuenosAires
CULTURA 3 JUL 2016 - 9:42 PM
Vuelve la guitarra de Paco de Lucía
La última guitarra diseñada por Paco de Lucía, la Maestro, rompe su silencio para protagonizar un documental que rinde tributo al célebre guitarrista español. Músicos de diferentes países del mundo cumplen el sueño que el genio de Algeciras no pudo alcanzar
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Cornel
Francisco Sánchez Gómez —Paco—, el hijo de Lucía —la Portuguesa—, decía que no había un instrumento más puro que la voz humana. Quería cantar. Hubiera dado lo que fuera por conseguirlo, pero la primera vez que sostuvo una guitarra en sus manos, a los siete años, quedó claro que su destino sería otro: los dedos de Paco de Lucía sabían cómo hablar con las cuerdas.

Era un hombre de largos silencios, salvado por la guitarra de ser un eterno introvertido. Su insaciable búsqueda de sensaciones y sonidos le causaba angustias sin nombre. La guitarra lo hizo sufrir mucho. Era la amante gentil y sádica que se dejaba rasgar las cuerdas y que después le arañaba las paredes del pecho. Era la “hija de la gran #@%&! que le comía el coco”, que lo empujaba a la soledad, que lo hacía sentir más esclavo que amo y, a veces, sabio y dichoso como un dios. Durante cinco años, Paco de Lucía trabajó con Antonio Morales —su amigo y lutier— en la perfección continúa de la Maestro: una guitarra hecha a su voluntad y medida.

Caetano Veloso la esperaba exaltado en su casa de Río de Janeiro. Carlinhos Brown la recibió con una reverencia y un beso en su natal Salvador de Bahía. En La Habana, la Maestro se encontró con Alain Pérez y Los Muñequitos de Matanzas. Estuvo con Grégoire Maret y la cantante mexicana Magos Herrera en Nueva York, con Luis Salinas en Buenos Aires, en México con Alejandro Sanz y The Mexicats, y en Almería (España) con el guitarrista flamenco Tomatito. También la vieron paseando por la Plaza de Bolívar de Bogotá, enfundada en su estuche negro. Los cantautores Mónica Giraldo y Chabuco fueron sus anfitriones en Colombia.

La Maestro es la protagonista absoluta de La guitarra vuela. Soñando a Paco de Lucía, un documental patrocinado por la aerolínea Iberia, creado por el productor musical Javier Limón y el publicista Jorge Martínez. La última guitarra de Paco de Lucía recorrió más de 34.000 kilómetros, 12 ciudades y nueve países para romper su silencio en manos de 17 músicos que le rinden tributo al guitarrista andaluz. El filme se estrenó en la Casa América de Madrid el 21 de junio, y desde el pasado viernes, 1º de julio, puede verse en los vuelos trasatlánticos de Iberia. También se exhibirá en festivales y salas de cines. El proyecto incluye conciertos, la grabación de un disco con las canciones del documental y la institución de la Beca Paco de Lucía para dos estudiantes iberoamericanos en el Berklee College of Music.

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Ser el último lutier de Paco de Lucía es un título que Antonio Morales lleva con honor y tristeza. Desde su taller, en Palma de Mallorca, Morales nos cuenta que trabajar con el músico español era una mezcla de satisfacción y frustración.

—Paco era tan exigente que siempre te ponía un reto más. Era placentero trabajar con él porque tenía las cosas claras, te planteaba los desafíos sin presionarte. “Ya se te ocurrirá cómo solventarlo”, me decía. Pero al mismo tiempo, la responsabilidad era muy grande. Su nivel de exigencia era increíble.

¿Qué tiene la Maestro de especial? Morales dice que se lo preguntan a menudo. No le gusta dar demasiados detalles. Destaca que la Maestro fue construida con maderas de abeto y jacaranda que el fallecido George Bowden —el lutier estadounidense que le enseñó el oficio— guardaba para una ocasión especial desde 1956, y que no es una guitarra que se diseñó y se hizo en un solo proceso.

—Con Paco no pretendíamos nada. No esperábamos sentar cátedra de nada. Simplemente hacer la guitarra que él quería. Hemos ido haciendo una guitarra tras otra durante cinco años de constante evolución. Paco me iba pidiendo las características poco a poco. La última vez que lo vi me dio las últimas especificaciones. Lamentablemente, no hubo tiempo de que viera los resultados.

Cuando le pregunto a Morales si los encargos de Paco de Lucía llegaron a espantarle el sueño, al otro lado del teléfono se adivina el amago de una sonrisa.

—Una vez me pidió que le ajustara la Faustino, la guitarra que tocó en público durante muchos años. Hubo una etapa en la que Paco quería que esa guitarra tuviera otros armónicos, otras sensaciones. Era una responsabilidad tan grande que le dije que no. Al final acepté, porque él insistió.

En la guitarra española tradicional, la parte de las cuerdas graves es más alta en el hueso del puente y más baja en los agudos. Paco de Lucía quería que fuera al revés. Quería que los sonidos de la Maestro, que iba a acompañarlo en la gira promocional de Canción andaluza —un disco póstumo de canciones que eran recuerdos de su infancia— no fueran ni muy rígidos ni muy blandos y, como siempre, que tuviera la mejor afinación posible. “Era un obseso de la afinación”, recuerda Morales.

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—¿Qué significó para mí tener la Maestro en mis manos? No me lo creía —dice Chabuco—. Paco de Lucía siempre estuvo en mi cabeza, desde que tengo uso de razón. Sentí mucha emoción y nervios. Yo toco la guitarra mas no soy guitarrista. Era estar con él por medio del instrumento que más le gustaba.

Mónica Giraldo recuerda su encuentro con la Maestro como una maravillosa tarde de música e historias que compartió con el equipo de producción del documental, y que culminó viendo el atardecer desde los cerros de Bogotá.

—Es una guitarra que proyecta muy bien el sonido, muy suave de tocar. Uno podría tocarla por horas. La guitarra siempre ha sido la base de mi música. Saber que es la guitarra de un gran maestro, como fue y será Paco de Lucía, que él la imaginó así, con ese sonido y esa calidez, es algo que inspira.

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Hasta noviembre de 1973, el nombre de Paco de Lucía era más conocido en los círculos flamencos. Con 26 años recién cumplidos, su fama, que al principio le provocó sentimientos de culpa y vergüenza, alcanzó una dimensión insospechada. Entre dos aguas, la rumba que improvisó a la manera de una jam session durante la grabación del disco Fuente y caudal se convirtió en un hit. Por primera vez, los latidos de un bajo y un bongó irrumpían en el flamenco. Dos años más tarde, en febrero de 1975, un periódico español comparó su presentación en el Teatro Real de Madrid con la toma de la Bastilla. Para los conservadores, Paco de Lucía había profanado el santuario de la música clásica. Había llenado el teatro de gente joven. Para los flamencos ortodoxos, había ido demasiado lejos. Ese modo de sostener la guitarra, esa manera de cruzar las piernas, esas mezclas de ritmos brasileños con jazz y música clásica, eso no era flamenco, decían.

Antes de convertirse en un mito de la historia de la música; antes de trabar amistad con Camarón de la Isla, su ídolo definitivo; antes de que le adjudicaran la revolución del lenguaje, la estética y la proyección internacional del flamenco, y de sus alianzas musicales con Al Di Meola, Larry Coryel, Carlos Santana y John McLaughlin; antes de ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz y por el Berklee College of Music, Paco de Lucía, que nació en Algeciras en diciembre de 1947, era un tímido chico del sur. El quinto hijo de Antonio Sánchez aprendió de su padre —vendedor ambulante de día y trovador de noche—, igual que todos sus hermanos, los fundamentos del flamenco. Consciente de que su familia era muy pobre, “el niño de la Portuguesa”, que abandonó la escuela a los nueve años, apuraba el deseo de quitarse los pantalones cortos de la infancia para empezar a trabajar.

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Antonio Morales dice que su cliente más célebre tenía un don especial: “Para mí era el mejor. Hay guitarristas que ejecutan de maravilla. Paco, además de ejecutar estupendamente, creaba. Y en el trato humano era muy noble, tenía un gran magnetismo, y la humildad y la inteligencia de un genio”. En palabras del guitarrista Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía representa una auténtica estrella de la música: “Encanta al que no sabe de esto, y vuelve loco al que sabe”. Chabuco asegura que no conoce un músico con tanta fuerza para interpretar un instrumento: “Es algo que está por encima de lo musical y de la teoría. Para mí es magia, algo que no puedes descifrar”. Para Tomatito era “el jefe, el dios de la guitarra”. Dice Mónica Giraldo que fue “el artista que llevó el sonido de la guitarra flamenca a los oídos del mundo”. Caetano Veloso lo define como “una maravilla de la naturaleza”.

El 23 de noviembre de 2014, en el Arena Monticello de Santiago de Chile, Paco de Lucía subió a un escenario por última vez. “Este instrumento es muy #@%&!, nunca las tienes todas contigo, nunca sabrás si vas a tocar bien”, explicó a la prensa horas antes del concierto. Aquella noche llevaba puesta su camisa blanca de mangas bombachas —la de todos los recitales—, chaleco negro, pantalón sastre, botas camperas y, en la mano izquierda, “la que hace música, la creativa, la inteligente”, una pulsera trenzada. Cuando sonaron los acordes del mítico Entre dos aguas, respondió al alborozo del público con una sonrisa gozosa. Y tocó como dice Diego el Cigala que cantan los gitanos, “mirando pa’ dentro”, con los ojos cerrados.

Le gustaban la pesca y la jardinería, el pan con aceite y la voz de Marifé de Triana. Le gustaban el son cubano y dejar de afeitarse, tumbarse en una hamaca y llevar una vida apacible, lejos de la bulla, en ciertos lugares con olor a sal. “El paisaje de mi nacimiento está entre dos aguas —decía Paco de Lucía—. El hombre que nace junto al mar tiene un sentido de la libertad (…). Yo no puedo estar sin ir al mar mucho tiempo. Yo necesito esa expansión que te da el mar, ese poder respirar a gusto, a fondo”.

El corazón de Paco de Lucía se agotó una tarde de febrero de 2014. Estaba jugando al fútbol con su hijo Diego. En su refugio del Caribe mexicano. Viviendo, muriendo. Junto al mar.


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